¡No lo pases mal...!




Está prohibido pasarlo mal. Cómo lo lees. No puedes, no debes pasarlo mal. Así que fíjate bien cuando empieces a notar en ti un atisbo de malestar y ahonda en lo terrible que es sentirse de esta forma.
Si estás leyendo esto, probablemente seas de esa generación en la que creciste des de niño, no con un pan debajo del brazo, si no con un librito de “Cómo debe ser las cosas, según Yo”. No digas que no tan rápido y piensa en las veces des de que te levantas hasta que te acuestas en las que te enrabias, te pones ansioso o te deprimes: “El tren debería haber parado antes”, “no deberían haber tantos coches en la carretera”, “la gente debería conducir mejor”, “deberían valorarme cómo yo quiero en el trabajo”, “tendría que poder tomar esta decisión sin perder nada”, “No debería tener este trabajo”, “él/ella debería entenderme!”, “ esto no debería haber sucedido así”, etc… Percátate de esos pensamientos que te acompañan todo el día sobre quejas de cómo son las cosas.  Haz la prueba.

Ahora dime, ¿Por qué lógica razón todo esto debería ocurrir de otra forma si la realidad de cada día es justamente esta? No sería más lógico esperar que por ejemplo, dado que es lo que ha sucedido en todas las otras veces anteriores, que cuando fueras al trabajo te encontraras con algún conductor que hace alguna barbaridad?

Te diré porque te empeñas en pasarlo mal, por tu librito. El librito de “Cómo deben de ser la cosas según Yo”.  Porque si el mundo hiciera, o si en el mundo pasaran las cosas de la forma que a ti te gusta que lo hagan… todo  sería más fácil. ¿Si o  No? Sería más cómodo. “¿Por qué diantre tengo que pasarlo mal, eh?”  Y es que este es el precio que hemos pagado por vivir en la sociedad actual que vivimos. Es el precio de la infelicidad. Cada vez que aceptamos de forma indirecta anuncios que nos venden que la  vida debe ser más fácil, más cómoda y más rápida, estamos aceptando una vida de infelicidad. Fíjate: ¿Cuánto tardas en comprar un libro? No tienes ni que hacer cola, ni tan sólo moverte. Hay aplicaciones, cada vez más sencillas para conseguir todo lo que quieras de la forma más fácil, sencilla y rápida posible. El progreso en tecnología va en ese sentido. Nada debe costarnos, nada debe molestarnos. “No te frustres… la vida tiene que ser más fácil” nos gritan des de cualquier parte des de que sales por la puerta de casa. Y cuando nos encontramos que hay algo en el mundo que no nos gusta, o nos cuesta algo más de lo que nos gustaría… aparece nuestro DRAMA. “no es justo!” “es horrible” “no lo puedo soportar” (ansiedad, rabia, depresión, ...). 
Bienvenido a la baja tolerancia a la frustración. Y es que cada vez toleramos menos sentirnos mal, las emociones negativas. Nos criamos rígidos, inflexibles y exigentes ante la vida. Y cada vez más. Mira a los niños de tu alrededor “Que no se haga daño”, “No le suspendas!”, “Que no le sea tan difícil!” “Que no le pase nada malo!”, "Qué no se frustre".
Cuando uno para un momento a reflexionar sobre lo que exige a la vida… uno cae en la cuenta de una cosa muy importante: En realidad la vida no tiene que ser cómoda, ni las cosas fáciles, y lo mejor… aún así… no es terrible que no suceda. De hecho uno puede incluso ser feliz aunque las cosas no vayan como más le gustaría. Y es que la vida simplemente ES, aunque sea desagradable en muchos momentos. Pero resulta que este aprendizaje no viene solo, tiene doble regalo. El sentido del humor. Cuando uno aprende esto, uno vuelve a reír de lo que sucede, despierta  su ingenio y se libera de la excesiva seriedad que no se había dado cuenta que llevaba a cuestas. 

No podemos ser felices hasta que no tiremos ese librito nuestro y esa rigidez y la cambiemos por una buena dosis de flexibilidad: 

Hace muchos años, germinaron las semillas de un roble y un junco junto a la misma orilla del río.
Compartían las delicias de la primavera y la rudeza del invierno, pero nunca estaban de acuerdo. Un día, el roble le dijo al junco:

-          Realmente eres digno de compasión. El menor soplo de aire te tumba. Mis poderosas raíces son el mejor antídoto contra el viento. ¡ Sabes que tengo razón!

-          Tal vez – dijo el junco – tengo un aspecto débil y comprendo tu preocupación. Pero no te fíes… ¡La flexibilidad es mi gran fuerza, pues aunque me doblo, nunca me rompo!

Tras una larga discusión, comenzó a soplar un viento terriblemente fuerte. El junco bailó al son del vendaval, flexible ante sus peticiones.
El roble, rígido y estricto, permaneció inmóvil ante aquella furia. A la mañana siguiente el junco se alzó sacudido y conmocionado pero vivo, sólo para descubrir a su lado un gran agujero, justo donde el robe aposentaba sus raíces.
(Fábula del poeta francés Jean de la Fontaine)