Esforzarse
y querer hacer las cosas bien es una actitud positiva y saludable.
Sin embargo, pretender hacer las cosas de forma perfecta es una
auto-exigencia que nos mete en la trampa del perfeccionismo.
- Cuando haces un trabajo, ¿lo haces y lo rehaces continuamente? ¿Le dedicas demasiado tiempo?
- ¿Mides tu valor en función de tus logros?
- ¿Nunca tienes suficiente información cuando tienes que tomar una decisión?
- ¿Te preocupas en exceso de lo que los demás piensan de ti?
Si has
contestado sí a alguna de estas preguntas, posiblemente has caído
en la trampa de perfeccionismo. Generalmente pocos perfeccionistas
reconocen que lo son, han interiorizado la creencia de que siempre
hay una solución perfecta para todo, y el saberse imperfectos en sus
actuaciones no les permite identificarse con dicho calificativo. Pero
la realidad es que la perfección es una fantasía, no hay una única
y perfecta solución para todo y pretender encontrarla es por
definición imposible. Y entonces, ¿Por qué ese nivel de exigencia
con nosotros mismos? Si rascamos un poco en el origen de esta
creencia encontraremos un “puedes hacerlo mejor” grabado a fuego
en nuestra cabeza. ¿Os han dicho mucho de pequeños que podéis
hacerlo mejor o que no os habéis esforzado suficiente? Y es que
aquello que nos dicen de pequeños nos lo tragamos sin masticar, sin
peros, porque no tenemos todavía la capacidad de dudar de lo que nos
cuentan los mayores.
Por
otro lado, el perfeccionista por mucho tiempo y esfuerzo que dedique
a hacer las cosas bien siempre se queda con la sensación de que
podría haberlas hecho mejor. Y a la insatisfacción resultante de no
hacer las cosas “perfectas” como uno quería, se añade la
insatisfacción que resulta de la cantidad de tiempo y esfuerzo
dedicado. De forma que además de no obtener el resultado deseado,
les da la sensación de no saber gestionar bien su tiempo.
La
trampa del perfeccionismo también les atrapa a la hora de tomar
decisiones, se bloquean. Si tomar una buena decisión ya suele ser
difícil, imaginad si además la decisión ha de ser “la decisión”,
la perfecta, la mejor, la única. Nunca tendremos suficientes datos,
dedicaremos mucho tiempo a analizar la situación, a hacer listas
interminables de pros y contras, y aun así seremos incapaces de
tomar una decisión, nos paralizamos y vamos postergando todas las
decisiones importantes a la espera de tenerlo todo más claro.
Luego
está la incapacidad de delegar. Si a los perfeccionistas les cuesta
fiarse de sí mismos, imaginad lo que debe ser fiarse de los demás,
imposible. Para estar seguros de que el resultado es perfecto deben
controlar todo el proceso, no pueden dejar cabos sueltos y mucho
menos en manos de personas que no están tan entregadas como ellas a
la causa. No sólo son autoexigentes, aplican el mismo grado
de exigencia a todo el que les rodea, y por lo tanto nadie les parece
suficiente bueno para delegar. Y cuando lo hacen,
porque se ven obligados y no les queda más remedio, están
constantemente encima de las personas a las que ha encomendado las
tareas, revisando el trabajo hecho y procurando que todo salga como
ellos quieren.
La terapia nos puede ayudar a tomar conciencia de todas las creencias que
hemos interiorizado y que están limitando de alguna manera nuestras
vidas, a evaluarlas y finalmente reformularlas en función de lo que
queremos para nuestra vida. Y todo ello desde la aceptación
incondicional de uno mismo, aceptando que somos personas con
fortalezas y también con debilidades.