TDAH: TU HIJO/A NO ES VAGO/A. LAS FUNCIONES EJECUTIVAS.

En nuestros días cada vez hay menos gente que no haya oído hablar alguna vez del TDAH. Actualmente la prevalencia se estima en un 5% de la población infantil y es un trastorno que llama bastante la atención cuando se presenta con hiperactividad e impulsividad. Llama la atención a los padres, demás familiares, a los profesores, a los compañeros de clase y a los padres de éstos.
 
Además de llamar la atención a nivel conductual, lo que hace saltar la alarma en muchas ocasiones es el bajo rendimiento académico que puede darse ya desde la primaria, continuar en la secundaria y afectar a aquellos que se embarcan, de manera más o menos inconsciente, en un bachillerato.
 
¿A qué se debe el bajo rendimiento? Para comprenderlo vamos a hacer un repaso de la sintomatología que implica el TDAH.
 
Comenzaremos por la tríada que describe fundamentalmente este trastorno (cuando se da es su versión completa, lo cual no siempre es así): la inatención, la hiperactividad y la impulsividad.
 
La inatención se manifiesta por dificultades en dos tipos de atención: la selectiva y la sostenida. La primera hace referencia a aquella capacidad de prestar atención a los estímulos relevantes prescindiendo de atender a aquellos irrelevantes, ya que nuestra capacidad de atención tiene un límite, necesitamos ser selectivos para ser eficientes. La segunda y, posiblemente la más afectada, es aquella que nos permite mantener una buena capacidad de atención durante un período de tiempo largo. Luego pueden darse diferencias de rendimiento atencional en función del formato de la información (visual, auditiva, verbal o gráfica).
 
Respecto a la hiperactividad, se manifiesta por una actividad motora excesiva y cuando no es apropiado. Pueden ser correteo, jugueteo, movimientos repetitivos e incluso locuacidad excesiva. Parece que alguien les haya dado cuerda y no puedan parar de moverse.
 
Por otro lado, la impulsividad, consiste en una dificultad para reflexionar antes de actuar o hablar. Son conductas motoras o verbales sin filtro. También se manifiesta por dificultad para controlar las propias emociones, sobretodo, las de rabia, ira y frustración.
 
Una vez comentada la tríada principal de síntomas no podemos quedarnos aquí. Hay un conjunto de funciones que casi siempre, en mayor o menor medida, están también afectadas y son muy importantes ya que afectan mucho al rendimiento académico así como al desarrollo de autonomía, independencia y responsabilidad. Son las llamadas funciones ejecutivas.
 
Las funciones ejecutivas son funciones complejas que se sitúan en el lóbulo frontal de nuestro cerebro, la parte que nos caracteriza más como humanos y nos diferencia más de los animales.
Se encargan de controlar y supervisar la propia conducta, es decir, regulan como pensamos, razonamos, decidimos, planificamos, filtramos las emociones…
 
Las funciones ejecutivas se conceptualizan como un conjunto pero se pueden distinguir unas cuantas y explicarse de manera individual:
 
1. Razonamiento
Emplear y analizar distintas informaciones y conectarlas entre si para comprender, explicar o predecir.
2. Planificación
Elaborar planes de actuación, es decir, establecer una serie de pasos secuenciados para lograr un objetivo.
3. Fijación de metas
Establecer una meta deseada y focalizar nuestras energías hacia ella.
4. Toma de decisiones
Valorar diferentes opciones (sus implicaciones, consecuencias…) para escoger la que más convenga.
5. Inicio y finalización de tareas
Iniciar una tarea poco agradable pero conveniente y de beneficio a largo plazo y finalizar una tarea agradable cuya persistencia implica un perjuicio.
6. Organización
Estructurar información, material y recursos para lograr un objetivo de manera eficiente.
7. Inhibición
Decidir no ejecutar una conducta inoportuna o desafortunada que ha sido impulsada emocionalmente.
8. Monitorización y supervisión de la propia tarea
Focalizar la atención en la propia tarea para valorar y regular qué y cómo se está haciendo.
9. Memoria de trabajo
Almacenar información durante un breve periodo de tiempo (unos segundos) para operar con ella.
10. Anticipación
Plantearse los posibles resultados o consecuencias de una acción para valorar la adecuación de ésta.
11. Flexibilidad
Cambiar nuestra conducta o pensamiento ante posibles cambios ambientales o modificar acciones en marcha.
12. Control del tiempo
Gestionar el tiempo (calcular su paso y la duración de los sucesos) de manera que podamos lograr eficientemente un objetivo.
13 Metacognición
Tomar conciencia y valorar cómo funcionamos cognitivamente, es decir, cómo pensamos, sentimos, razonamos, actuamos, decidimos, nos autorregulamos, planificamos, etc.
 
Estas son la mayoría, si no todas, las funciones ejecutivas. Ahora, imaginemos el comportamiento de alguien que no lograr iniciar tareas, que no logra controlar el tiempo eficientemente, que no logra autosupervisar sus tareas, que no logra inhibir conductas desafortunadas, que no logra establecer unos pasos para lograr un objetivo, que no logra establecerse unas metas y que no es consciente del todo de todas estas dificultades.
 
¿Qué observamos?
A simple vista observaremos a una persona vaga, dependiente de que le digan lo que tiene que hacer, cómo y cuando, irresponsable, mal educada, inconsciente, despistada, desordenada, desorganizada, etc. Ahora imaginemos que la gente (nuestros seres queridos y los que nos rodean) nos colocan estas etiquetas y nosotros no sabemos qué hacer para poder cambiar (ya que las dificultades se encuentran a nivel neuropsicológico).
 
Me gustaría que con todo esto hagamos la siguiente sencilla reflexión: ¿vamos a caer en la tentación de una explicación fácil en la que creemos que esta persona está conforme con esto y “ya le está bien”? ¿O, por el contrario, vamos a darnos cuenta de que estamos ante una persona que está sufriendo mucho su propio comportamiento y lo que es peor: el juicio de los demás?
 
Si has llegado hasta aquí, has logrado algo fundamental cuando tienes cerca a alguien con TDAH: EMPATIZAR. Ahora toca dejar de juzgar (que es lo fácil) y pasar a la ayuda (que es más difícil pero da mejores resultados). No lo pienses más y consulta con un profesional para ir trabajando todas estas dificultades. El cerebro tiene plasticidad y eso significa que entrenando conductas se crean nuevas conexiones para corregir dificultades. Y, por cierto, cuanto menor edad mayor plasticidad así que… no pierdas tiempo.
 

LA SOCIEDAD DEL CANSANCIO


Este es el título de un libro del filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han, cuyas obras se han hecho populares por su análisis de las condiciones sociológicas actuales. En La sociedad del cansancio identifica y describe un cambio importante en la mentalidad de las sociedades occidentales en las últimas décadas: hemos pasado de sujetos a proyectos. Esto quiere decir que si antes nos percibíamos como sujetos a normas e instituciones ahora somos cada vez más autónomos, responsables para llevar a buen término nuestras iniciativas y posibilidades, cada vez más libres de tutelas ajenas. Se pasa de moverse por exigencias externas a motivaciones internas, de las coacciones de la disciplina a la autogestión. En el lenguaje del autor se resume como el paso del deber al poder hacer, o del sujeto de obediencia al sujeto del rendimientoEste mandato del “tú puedes”, al interiorizarse, puede ser más coactivo y extenuante que el antiguo “tú debes”, porque nos lleva por nuestra propia voluntad al límite de nuestros esfuerzos.

Las consecuencias que esta nueva concepción del sujeto comporta en sus casos extremos son las patologías contemporáneas: la depresión a gran escala o el síndrome del Burn out. Su aparición se debe al exceso de auto-exigencia, que pasa entonces a ser auto-explotación, siendo a la vez víctima y verdugo de uno mismo. Cuando el esfuerzo es exagerado aparecen el cansancio y el bloqueo, el no poder más.

En estas condiciones el malestar se agrava, porque la persona que fracasa en sus proyectos, que se queda atrás en la competición, se culpabiliza a sí misma por no estar a la altura. Además es un dolor que obliga a callarse: si uno se percibe como responsable de sus debilidades, entonces se avergüenza de sí mismo y evita comunicar su incapacidad para no quedar en evidencia ante el juicio de los demás.

El aislamiento, además de negar la posibilidad de expresarse y así aliviar en parte el malestar, hace difícil la solidaridad con otras personas que podrían estar pasando por las mismas circunstancias. Los tiempos nos obligan a ser empresarios de nosotros mismos, y entre empresarios no hay solidaridad. A diferencia de lo que ocurría en la época del predominio del deber, la persona que ha enfermado por unas condiciones laborales abusivas no puede solucionar su problema agrupándose en una comunidad de miembros con los mismos intereses. Está tan inmerso en la cultura del individualismo competitivo que lo ha conformado que no concibe una acción mediante la asociación con otros.

Esto lleva al autor a no ser optimista, porque mientras nos sigamos considerando y actuando como competitivos gestores de egos, el individuo cansado contemporáneo no llegará a encontrar ni un ritmo de actividad adecuado ni una satisfactoria relación con los demás.


Historias de desmotivados

"Soy joven, guapo, tengo dos carreras, muchos amigos, trabajo y estoy acabando un máster, estoy bien... Pero hace años que me siento vacío, y no soy feliz". Y era cierto. Todo era cierto.
A este paciente, le diremos Lluc. Apareció por la consulta hace casi un año. Quería que lo ayudara a superar un luto por una ruptura de pareja. Su demanda no fue paso difícil, era una pareja de cuatro meses, un enamorament relámpago que había sido tan intenso, como corto y superfluo, y lo pudo superar en dos meses más. Después de estos cuatro meses de deslumbramiento y dos más para poder cerrarlo y recuperar la visión, en Lluc se volvió a encontrar con el vacío, quizás más profundo, probablemente más doloroso. La relación, en sí misma, había sido un intento inconsciente y desesperado de llenar este vacío, una excusa para evitar mirar aquello que no sabemos de donde viene, ni porque es allá, ni cuando muy bien apareció. El miedo a afrontar.
De un tiempo acá, la historia de en Lluc se ha repetido, con diferentes personalidades e historias vitales, pero con suficientes disparos comunes, y, sobre todo, con suficiente frecuencia porque me llamara la atención. El perfil sería el siguiente: persona joven, de entre 20 y 30 años, normalmente con estudios, trabajando o acabando la Universidad, con amigos, familia y aficiones, aparentemente funcionando dentro de sus vidas, pero como una pieza de engranaje sin alma, sin ilusión, y con una terrible y creciente desmotivación.
Quizás la edad te da perspectiva, y a mí, sinceramente, ver personas, tan jóvenes, con tantas posibilidades y a la vez con tanto sufrimiento me ponía, y me pone, la piel de gallina. "Me sería igual no estar aquí", "Me es igual el que me pase", "A veces pienso que estaría mejor no viviendo", "no acabo de disfrutar con nada", "me es fuerza igual todo" este tipo de afirmaciones podrían hacernos pensar en un primer momento que la persona sufría una depresión. Pero no, no era así.
Si repasamos el DSM, todos podrían cumplir el primer criterio, es decir, pérdida de interés o capacidad por el placer, ya sería más difícil que cumplieran 5 de los siguientes criterios que se requieren para hacer el diagnóstico de depresión Mayor. Es más, de los 9 que se presentan sólo podríamos contabilizar tres, que serien: disminución acusada del interés, fatiga o pérdida de energía, pensamientos recurrentes de muerto, y este último, no en todos los casos. El que ya sería imposible de encajar sería el último criterio, es decir, este síntomas quizás provocaban un malestar clínicamente significativo, pero en ningún caso, no se observaba en absoluto, un deterioro, ni social, ni laboral, ni en otros áreas de la actividad de la persona. Todos ellos seguían con su vida, haciendo las cosas de siempre, tenían basta fortaleza para no dejarse caer, y tan poco acierto como para no estarlo consiguiendo. Vivían más para evitar un fracaso que para conseguir el éxito que es sentirse lleno y satisfecho con el que somos y el que hagamos, o esto me parecía en mí. Por sorpresivo que parezca, junto con las afirmaciones que he comentado más arriba, que expresan claramente poco interés por la vida, convivían afirmaciones del tipo: "estoy bien", "tengo amigos", "me gusta el trabajo" "me lo paso bien mirando series". Del mismo modo, las conductas no eran las propias de alguien con depresión, es decir, salían con amigos, realizaban actividades lúdicas, y mostraban sentido del humor -en unos casos más que en otros-. En todos estos pacientes, el motivo de consulta no había sido su estado anímico, esto era algo que salía de forma secundaria, venían "por el trabajo", "por la xicota", "por los estudios".... De hecho no había autoconsciència de alteración anímica, todos verbalitzaven que estaban bien, pero que no veían sentido a nada, que tanto era estar vivo o no, parece muy contradictorio, pero así era. No es que tuvieran deseo de morir, es que había una cierta indiferencia hacia la vida.
A mí algo no me cuadraba, porque después de años trabajando a la consulta con pacientes, los diagnósticos se hacen relativamente deprisa, a menudo, sin muchos tests ni consultas a manuales. Pero esta oleada de pacientes, con características similares entre ellos, no los podía diagnosticar con depresión, a pesar de que, evidentemente no eran felices ni tenían ningún tipo de motivación. Los pacientes con depresión se detectan casi con un vistazo, su cuerpo habla, el andar capbaix de la sala de espera hacia la consulta, el gesto, la postura un golpe sentados, la mirada, y si con esto no hay bastante, con todo el que te verbalitzen, sí. Estuve buscando por internet Congresos, Simpòsiums u otros talleres con el contenido motivación, motivacional, desmotivación....y no encontré nada, más allá de todo aquello relacionado con el área laboral, talleres motivacionales por empresas o temática motivacional destinada en las escuelas y los niños. Quizás algo por adolescentes, pero nada por adultos y que no estuviera relacionado con el trabajo. Yo buscaba saber porque estos jóvenes adultos estaban desmotivados y como ayudarlos a engancharse de nuevo a la vida. Ante la pregunta "que cruces que provoca esta desmotivación", la respuesta invariablemente era "no lo sé", "no te gusta el que haces?", "sí, sí, pero no me motiva", aquí había una variante que era "no demasiado, pero tampoco sabría qué hacer". Con las actividades de ocio, pasaba el mismo, decían pasárselo bien, pero añadían algo cómo "sí, me lo pasé bien, pero si no hubiera ido tampoco habría pasado nada" o "sí, normal", "bien, estuvo bien" (con cara de neutralidad). Nunca he sido demasiado de acuerdo con establecer diagnósticos rígidos que encasillen y estigmaticen, como decía una psiquiatra de un centro donde había trabajado, ya hace años: "las personas no son diagnósticos con patas". estoy de acuerdo. Y los manuales también se equivocan. Imaginaos que no hace paso tantos años todas las personas homosexuales, según la psiquiatría y psicología del momento, eran enfermos, sufrían un trastorno. Afortunadamente, esto se rectificó. Pero no es con sólo que contengan errores, que con los años irán resolviendo, con esto ya contamos, es que hay mucha gente sufriendo que queda fuera de todo diagnóstico. Y esto es importante, tener un diagnóstico, no para ponerlos una etiqueta, sino para averiguar las causas, establecer generalidades, pautas, y poner en marcha investigaciones que nos den las pistas de ninguna donde tienen que ir estas terapias. Dicho esto, y olvidándome de los manuales, descarté totalmente el diagnóstico de depresión por estos pacientes y me centré en su desmotivación. Si estas personas estaban desmotivadas es porque no encontraban su motivo? Einstein dijo: "Hay una fuerza motriz más poderosa que el motor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad". La voluntad, por lo tanto, es el deseo, la intención; mientras que si buscamos al diccionario la palabra motivación vemos que té, como segunda acepción, cosa que anima a una persona a actuar. Quizás los faltaba el primero, pues. Entendí la voluntad como la fuerza individual que nos hace tender a la acción; y la motivación, como la capacidad de atraer a la acción que tiene algo externa, por un individuo en concreto. Y estos dos conceptos tienen que confluir, se tienen que encontrar, porque sino, nos encontramos ante un problema y de aquí se genera el sufrimiento. Buscar aquello que nos motiva no es un trabajo fácil y para hacerlo tenemos que movernos, indagar, probar, probar, y a la vez, para hacer todo esto, tenemos que tener bastante voluntad para hacerlo. Y lo hacemos, normalmente lo hacemos, porque todos sabemos que cuando encontramos aquello que nos motiva, fluimos haciéndolo y estamos bien. Por lo tanto, lo hacemos porque tenemos una experiencia propia, u observada, de qué esto es así. Ellos no lo hacían, se limitaban a hacer aquello que tocaba, porque lo habían hecho siempre, sin plantearse que las personas cambiamos y que el que me ha apasionado durante años puede dejarme de interesar con el tiempo. Y tampoco lo hacían porque quizás habían aceptado como suyos intereses, estudios o trabajos que no lo eran. Y, finalmente no lo hacían porque se habían confundido pensando que la felicidad es algo estática, gratuita y permanente, cuando no lo es. Se trataba pues de hacerlos ver que había algo a hacer para mejorar su situación, y que de entrada requería la voluntad para cambiar y probar, no sólo cosas, sino actitudes diferentes. Y esto requería esfuerzo. La voluntad, entente como motor, necesita un combustible, y este, es el esfuerzo. No es que fueran personas que no se esforzaran, todo el contrario, todos ellos, como os decía, o bien trabajaban, o bien estudiaban o ambas cosas. Quizás era que este esfuerzo no estaba en la dirección correcto. Nosotros como terapeutas, no somos nadie para decirle a alguien como tiene que vivir su vida, ni siquiera los que trabajamos desde un enfoque más directivo, como es el cognitivo-conductual y, especialmente, desde la RET (Rational Emotive Theraphy). Sin embargo, pienso, que sí es nuestra obligación, intentar hacer ver a aquella persona que tenemos delante, que puede hacer algo, y que esto requiere esfuerzo. Esfuerzo, para movernos hacia algún objetivo, y compromiso -que no deja de ser un esfuerzo sostenido- con este objetivo, que nos motive y llene de verdad. Esto es difícil, el éxito no está asegurado, pero quizás sólo el hecho de intentarlo ya es alentador, por qué no probarlo? Todos ellos y ellas fueron modificando pequeñas – y no tan pequeñas - cosas de su vida. Probaron nuevas aficiones, alguno cambió de trabajo, el otro cambió algún de sus hábitos, pero el que más me sorprendió fue en Lluc. Un día entró muy contento al despacho, me explicó sus planes. Yo sólo le pregunté: Cómo te sientes cuando piensas que harás esto?, y me dijo con los ojos encendidos: siento un descanso muy grande, como si me hubiera sacado un peso de sobre, y si, tengo muchas ganas de marchar. Así pues, en Lluc, dejó el trabajo, se vendió el coche, y con una mochila y no demasiada dinero, marchó a recorrer el sudeste asiático, me dijo que quizás buscaría colaborar con alguna ONG, quizás intentaría trabajar o probaría de escribir. No lo sabía, pero marchó feliz. Ya hace dos meses que está, y todavía lo es.


MIEDOS, ANSIEDAD Y FOBIA EN LA INFANCIA


El miedo es una emoción que nuestros pequeños aprenden bien pronto. Hay muchos diferentes y una gran parte son evolutivos, es decir, su aparición es normal a una determinada edad y su desaparición acaba llegando por si sola. Pero, ¿Cómo sabemos si un miedo es normal o no?

Miedos evolutivos:
  • 0-2 años: pérdida brusca de la base de sustento, ruidos fuertes, personas extrañas, separación de los padres, heridas, animales, oscuridad..
  • 3-5 años:
    • Disminuyen: pérdida del soporte y a las personas extrañas.
    • Se mantienen: ruidos fuertes, separación de los padres, animales y oscuridad.
    • Aumentan: daños físicos y personas disfrazadas.
  • 6-8 años:
    • Disminuyen: ruidos fuertes y personas disfrazadas.
    • Se mantienen: separación de los padres, animales, oscuridad, daños físicos.
    • Aumentan: seres imaginarios (brujas, fantasmas...), tormentas, soledad y escuela.
  • 9-12 años:
    • Disminuyen: separación de los padres, oscuridad, seres imaginarios, soledad.
    • Se mantienen: animales, daños físicos, tormentas.
    • Aumentan: escuela (exámenes, suspensos...), aspecto físico, relaciones sociales, muerte.
  • 13-18 años:       
    • Disminuyen: tormentas.
    • Se mantienen: animales, daños físicos.
    • Aumentan: escuela, aspecto físico, relaciones sociales, muerte.

Estas indicaciones son aproximadas y hay miedos que pueden aparecer antes de tiempo y marchar más tarde de lo que se espera y eso es porque cada niño/a es diferente y cada uno sigue su propio ritmo evolutivo.

Sobre el miedo también habría que distinguir un aspecto: cuando estamos ante un miedo racional y uno irracional. Hay que tener en cuenta que eso no tiene que ver con si es evolutivo o no ya que algunos miedos evolutivos son irracionales. El miedo es una emoción funcional y útil. Nuestro cerebro la ha desarrollado a lo largo de la evolución del ser humano porque cumple una función básica: la de supervivencia. Cuando una persona se topa con un animal peligroso como un león, el miedo se activa desencadenando una serie de reacciones físicas y motoras en nuestro cuerpo que nos facilitan sobrevivir a este encuentro con un león. Estas reacciones que nos preparan para la huida o la lucha son la tensión muscular, la aceleración del ritmo cardíaco, el incremento de la tasa respiratoria, entre otras. La cuestión es que cuando el estímulo supone un peligro racional, lógico o real lo que cabe esperar es que el miedo se active.
Pero, ¿Siempre se activa sólo ante estímulos peligrosos? Todos sabemos la respuesta: no. El miedo, demasiado a menudo, se activa ante estímulos que no son realmente peligrosos, como, por ejemplo, ante perros pequeños e inofensivos o ante tener que salir a la calle.

¿Por qué tenemos miedos irracionales?

La clave para comprender este fenómeno está en el contenido de nuestro pensamiento. El componente cognitivo del miedo. Ante un león, además de activarse el componente fisiológico que nos facilita huir o luchar, también se activa el componente cognitivo: Este león tiene mucha fuerza en su mandíbula, es más grande que yo, más fuerte, corre más y pesa más. Toda esta serie de conocimientos, pensamientos, creencias son las que hacen que se active de manera automática la reacción fisiológica del miedo y son pensamientos verdaderos. No son exageraciones ni distorsiones.

El problema viene cuando nuestros pensamientos y creencias ante un determinado estímulo son irracionales, exagerados, distorsionados… de manera que el estímulo se acaba percibiendo como peligroso y se activa el miedo con todos sus componentes: fisiológico, motor y cognitivo, que hacen que nos comportemos huyendo del estímulo o evitándolo.

Y entonces, ¿Qué es la ansiedad?

La ansiedad, en realidad, es muy parecida al miedo, por no decir lo mismo. La diferencia radica en el tipo de estímulo que lo desencadena y también en el tipo de respuesta.
Hablamos de miedo si es estímulo que lo desencadena es concreto: un objeto, persona, situación concreta, etc. y la respuesta es más fisiológica que cognitiva. Por el contrario, hablamos de ansiedad cuando el estímulo es menos concreto o más situacional y la respuesta más cognitiva.

¿Y las fobias?

El miedo y la ansiedad se convierten en fobia cuando la respuesta ante el estímulo es desproporcionada, muy potente y su intensidad nos lleva a comportarnos de manera desadaptativa hasta el punto de verse afectada la adaptación al ambiente familiar, social y escolar.

¿Qué debemos hacer ante los miedos de nuestros pequeños?

Si son miedos evolutivos no nos debemos preocupar, son normales a determinadas edades y se acaban yendo solos.

Si no son evolutivos deberemos intentar diferenciar si es miedo, ansiedad o fobia. Si es fobia, porque la respuesta es demasiado intensa, desadaptativa y está afectando a la vida del niño/a, deberemos consultar con un profesional para poder trabajarla de manera adecuada hacia su desaparición.

Si es miedo o ansiedad, deberemos diferenciar si es racional o irracional. También deberíamos tener en cuenta si podría ser un miedo aprendido de alguno de los padres y quizás nos demos cuenta que nosotros también tenemos miedos irracionales que convendría revisar porque los están aprendiendo los pequeños de la casa.

Si nos resulta difícil hacer estas distinciones se puede consultar a un profesional para conseguir entenderlo mejor, salir de dudas y dar una respuesta más adaptativa para nuestros hijos/as.

Cuando estamos ante un miedo irracional lo que podemos ir haciendo son dos cosas: no promover conductas de evitación sino todo lo contrario, ayudarlos de una manera calmada y con normalidad a enfrentarse poco a poco al estímulo que produce el miedo. Con esto lo que queremos conseguir es que la reacción fisiológica del miedo vaya desapareciendo a medida que el niño/a vaya aprendiendo que el estímulo no es realmente peligroso. A la vez, convendría ir preguntando los porqués de este miedo para cuestionar, desde la lógica, la irracionalidad de la respuesta y de esta manera queremos conseguir que vaya desapareciendo el componente cognitivo.

Si la respuesta de nuestro hijo/a ante la no evitación del objeto temido es demasiado negativa y le genera demasiado sufrimiento, hay que consultar con un profesional.

No siempre es sencillo hacer esta tarea pero os animo a intentarlo porque en casos de miedos no muy grandes puede dar buenos resultados aunque lo hagan personas no profesionales, como los padres.


Patricia Vilchez Las Heras
Psicóloga infanto-juvenil
Col. 21639

AUTODERROTISMO. La indefensión aprendida


Después de una serie de experimentos Meier y Seligman llegaron a la siguiente conclusión: una persona que vive una serie de fracasos que son independientes de su conducta, es decir, una situación incontrolable, interioriza la creencia de que en futuro tampoco habrá relación entre sus conductas y las consecuencias de éstas. A este fenómeno lo llamaron “Indefensión aprendida” y se traduce en la creencia: “Haga lo que haga no servirá de nada”.

En este enlace podemos ver lo rápido que es inducir el estado de indefensión aprendida.

Se trata de un experimento que hizo una profesora con sus alumnos, los dividió en dos grupos de forma aleatoria, a un grupo les dio una serie de ejercicios de muy fácil solución y al otro grupo les dio una serie de ejercicios irresolubles. Todos piensan que están haciendo los mismos ejercicios. Cada vez que la profesora pedía que levantaran la mano aquellos que habían resuelto el ejercicio, se hacía evidente que unos acababan muy rápido mientras los otros no son capaces de hacerlos. El último ejercicio es el mismo para ambos grupos, fácil de resolver. El grupo que había hecho la prueba fácil continúa acabando el ejercicio rápido y levantando la mano, mientras que el grupo que ha sido sometido a los ejercicios irresolubles duda y no encuentra la solución. Cuando la profesora pregunta qué ha pasado en el último ejercicio, surgen una serie de pensamientos negativos hacia sí mismos y hacia su capacidad para resolver los ejercicios. Han perdido la confianza.

Puede que la primera experiencia de indefensión aprendida que podamos vivir la encontremos ya de bebés. Un ejemplo sería cuando se deja llorar a un bebé sin cogerlo para que no se acostumbre a los brazos. Si tenemos en cuenta que los bebes sólo pueden comunicar sus necesidades y ejercer cierto control sobre el entorno a través del llanto, cuando el cuidador no responde a éste, le quitamos el poco control que puede ejercer sobre el ambiente, su biología aprende que no hay relación entre sus conductas y las consecuencias. 

Si la sensación de indefensión se extiende a muchas situaciones y ámbitos distintos (laboral, social, personal, ...), puede llegar a convertirse en una actitud vital, una manera de afrontar la vida desde la pasividad. Personas que creen que hagan lo que hagan todo será inútil y que no vale la pena intentar cambiar las cosas. 

¿Qué podemos hacer para evitar caer en este estado?

En primer lugar, ser conscientes de que este efecto existe. Saber cómo funciona nuestra mente y qué creencias interfieren en nuestras percepciones, nos hará dudar de nuestros pensamientos negativos y de inutilidad cuando aparezcan. Puede que así decidamos intentarlo una vez más.

Pero sobretodo, podemos procurar tener experiencias de control. Para ello hemos de centrar nuestra atención y nuestros esfuerzos en aquello que podemos controlar y no en aquello que no depende de nosotros. De esta manera enseñamos a nuestra biología que podemos influir en nuestra vida y en lo que nos pasa.